jueves, 17 de febrero de 2022

Herr Dr. Freud, comedia del malestar

 




Si como dicen "Dios atiende en Buenos Aires", ¿porqué no lo haría Freud?

La obra de Pablo Zunino nos presenta un Freud  que, surcando espacio y tiempo, salió de Londres en 1939 y en un tren transatlántico llegó a Buenos Aires en 2020 cuando comenzó la pandemia. 

Desde su departamento alquilado en Villa Crespo, este Freud se traslada los martes al Teatro Apolo sobre Avenida Corrientes para, a partir de las 21 hs, intentar entender algo de nuestro tiempo. Allí se encuentra con René (un fabuloso Alejo Moisés) quien lo sumerge en el mundo actual hasta casi sofocarlo. Un mundo de lenguaje inclusivo, identidades no binaries, streaming, Zoom, trending topic, barbijos. Un mundo que cabe en un escenario con elementos multimedias que en pantalla gigante refleja imágenes y sonidos muy actuales. Si este Freud  no muere ahogado de novedad es porque, de cuando en cuando, asoma su nariz con barbijo por fuera de esa actualidad líquida y aspira bocanadas de aire impregnado de  valses vieneses y recuerdos de Libertad Lamarque.

El Freud porteño de Zunino es un extranjero pleno, tanto como lo fue en su Viena y en su época. Un Freud clásico, que tanto hoy como ayer se rodea de preguntas, las levanta, las examina y las deja caer sobre sí dejándose aplastar por ellas para luego salir nuevo de debajo. René es el impiadoso encargado de llevarle las preguntas, pero también de ayudarlo con las respuestas. Un Freud extemporáneo, como siempre y que se percibe como tal al decir "qué mala suerte! Antes me acusaban de ser un degenerado que hablaba de la sexualidad infantil, hoy de ser un vocero del patriarcado". Un Freud asombrado, inseguro, humano. Un ser confundido pero valiente que no duda en plantarse ante la estupidez humana. Un hombre apasionado y soñador. 

Un Freud maravilloso al que recomiendo ver y al que seguramente terminarán amando.


Silvio Rivero







jueves, 10 de febrero de 2022

El estafador de Tinder. De príncipes y sapos de allá y de acá

El estafador de Tinder es un documental que se presenta a través de la plataforma Netflix.

Como su nombre lo indica, se trata de alguien que estafa, primero emocionalmente y luego económicamente. El documental nos cuenta las artimañas de Simón Leviev y está rodado en distintos países de Europa, donde se desarrollaron los hechos.

A mi criterio lo interesante del documental es la mecánica del engaño. Este solo es posible porque la futura víctima es proclive a dicho engaño. 

La seducción, que entra en este caso por los ojos que ven ese lujoso mundo que le muestra el seductor, llega hasta los bolsillos de la víctima para poder vaciarlos. El camino de la estafa no es tanto del corazón al bolsillo sino de los ojos a la billetera. 

El ideal romántico en el que aún vivimos -aunque ha comenzado a deconstruirse- muestra siempre su cara esplendorosa en el fuerte y bello príncipe azul en su caballo y en la hermosa princesa a ser salvada. La estafa que en el documental se presenta, abreva en ese amor romántico y en ambos clishés, en ambos modelos, en el del principe azul y en el de la princesa indefensa. Es muy interesante ver como el seductor comienza cabalgando sobre uno de esos modelos y luego se pasa rápidamente al otro concretando así la estafa. Cuando esto ocurre, a la víctima se le termina el cuento de hadas y es arrojada a un cuento de terror en el que será la única protagonista.

La mentira del estafador solo es posible porque explota un sueño, una ilusión que es en última instancia un antiguo producto social: el amor romántico y la promesa de felicidad unida a él.

El estafador de Tinder no es más que un vendedor de ilusiones. No es el único ni el más nocivo. Nosotros los argentinos fuimos estafados como sociedad por personajes a los que Simón Leviev no podría ni lustarle los zapatos. Efectivamente, con la misma dinámica fuimos víctimas de alguien a quien elegimos democráticamente y que, con promesas de bonanza y de cuentos de hadas, nos sumergió en un cuento de horror y en una deuda externa de 100 mil millones de dólares que aún estamos viendo como afrontar. En este caso de estafa social argentina, el ideal de amor romántico fue reemplazado por el ideal aspiracional y el efecto fue tan desolador como el del documental.

Quizás por eso el estafador de Tinder me resultó un tanto inocente, aunque por supuesto vale la pena verla al menos para advertir que en el amor compramos buzones y también para anoticiarnos de que no sólo en la intimidad del amor nos ocurre eso, a veces como sociedad también somos estafados para, al final, terminar tragándose sapos que se vendían como príncipes.

En este sentido, si la desgracia enseña, el estafador de Tinder puede ser un buen maestro que nos ayude a prevenirnos de nuestros propios engaños.


Silvio Rivero