domingo, 5 de marzo de 2017

El ciudadano ilustre. Amor, arte y psicoanálisis en el “infierno de lo igual”





El ciudadano ilustre, film  de Gastón Duprat y Mariano Cohn,  como toda historia que merece ser contada, se sostiene en una constante tensión. Se establece así una permanente confrontación imaginaria, patentizando ese fenómeno tan típico de nuestra época que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han ha denominado “el infierno de lo igual”.
Daniel Mantovani, el personaje que en el film encarna Oscar Martínez, es un premio nobel de literatura  que regresa a su pueblo de origen, luego de 40 años de ausencia. Inmediatamente comienza a ser interpelado por los vecinos del pueblo que ejercen una crítica que llega a ser violenta. Se ubica al personaje en un plano de igualdad respecto de los vecinos del pueblo, por el simple hecho de haber nacido allí. Esa circunstancia del lugar de nacimiento lo homologa al resto, lo iguala en el infierno de lo igual. Un infierno que conduce a lo peor.
En el film Mantovani viene a alterar la apacible vida del pueblo introduciendo la diferencia. Él es esa diferencia que rompe la aplastante homogeneidad pueblerina. Surge entonces una pregunta: ¿Se puede hacer diferencia en el infierno de lo igual, sin amenazar su frágil equilibrio?
Lo que Byung-Chul Han denomina el infierno de lo igual es esa tendencia de nuestras sociedades capitalistas e hiperconectadas a homologar.  La sociedad del consumo aspira a eliminar la alteridad atópica. Sus sujetos se encuentran  sometidos al imperio del mercado y sujetados a la lógica de lo mensurable. Podríamos hablar de sociedades donde impera la simetría, donde todo es comparable. No hay alteridad que escape a lo mensurable.
Dice Han “El Eros se dirige al otro en sentido enfático, que no puede alcanzarse bajo el régimen del yo. Por eso en el infierno de lo igual, al que la sociedad se asemeja cada vez más, no hay ninguna experiencia erótica. Esta presupone la asimetría y exterioridad del otro. No es casual que Sócrates como amado, se llame atopos”. El otro, que yo deseo y que me fascina, carece de lugar”.

Contrariamente a esta tendencia de nuestra sociedad hipermoderna, el psicoanálisis no se sostiene en la simetría, sino justamente en su opuesto. El analista no es otro cualquiera, sometido a las leyes del mercado. No es alguien redituable, no es alguien conveniente desde lo económico, ni siquiera es un alguien (el analizante no sabe nada de él la mayor parte de las veces). El analista no es más que el depositario de una función y quien encarna el lugar del sujeto supuesto al saber. Y sin embargo sobre ese que es nadie, por obra de la transferencia, se despliega la fantasmática del analizante que ubica al analista en diversos lugares a cada momento, desplegando sobre él la comedia y la tragedia de su historia y de su presente. Por lo tanto el analista no solo que es nadie, sino que además tampoco tiene un lugar. Un nadie sin lugar, sin topos Es un inabarcable sin lugar. Un atopos. Son las condiciones del amor. El otro del amor dice Han es atópico y asimétrico.
El film al que hacemos referencia, nos muestra justamente esta dificultad hipermoderna. El protagonista aunque premio nobel, es ubicado en el infierno de lo igual, en una posición simétrica respecto de los vecinos del pueblo, en el regreso a ese lugar del que huyó una vez. Estar en el lugar del que escapó inhabilita su “atopía”. Al regresar al pueblo, deja de estar en el virtual espacio de las palabras de sus libros y es inmediatamente igualado al resto. El hecho de ser ciudadano, por más ilustre que sea, ubica al protagonista en la misma ruta que el resto y  su ilustre brillo lo convierte en blanco perfecto en ese pequeño universo especular. No se soporta ese brillo porque es lo que no permite igualarlo al resto. No es más que la gran paradoja brillantemente argumentada en el discurso al inicio de la película. El autor lúcida y angustiadamente advierte que entra al infierno de lo igual al recibir el premio nobel, de allí que sienta que su carrera se acabó. Tanto el arte como el psicoanálisis no están hechos para tranquilizar las aguas. Miller nos advierte que el psicoanálisis no es revolucionario (ya que la revolución vuelve las cosas al punto de partida) sino subversivo, en tanto muestra un reverso, muestra lo distinto. La obra de arte es también subversiva y Mantovani lo expresa claramente en el discurso que inaugura el film.
Si algo queda claro es que en el infierno de lo igual no hay espacio para el verdadero amor. En el film es el odio el que domina el panorama. El enfrentamiento se muestra primero tímidamente y luego de manera salvaje.
En esta época de agonía del eros, como la conceptualiza Han, no es extraño entonces  que se anuncie tantas veces la agonía del psicoanálisis. Muchos van más allá y de la agonía pasan a anunciar la muerte del psicoanálisis. Pero surgen los siguientes interrogantes: ¿puede morir el amor, puede morir el arte, puede morir el psicoanálisis? ¿Acaso no están hechos del mismo material y animados por el mismo espíritu de incompletud?

Un análisis nos permite alejarnos del infierno de lo igual, porque en sí mismo, un análisis es un acto de amor. El amor, el arte y el psicoanálisis están hecho de incompletud, son el reverso del discurso capitalista que intenta completar,  igualar a todos,  ubicando el mismo goce para todos conduciendo al infierno de lo igual. A un mercado para todos solo puede oponersele un amor para cada uno,  un análisis para cada uno, un caso por caso que invente un modo único de arreglárselas con el mundo. 


Trabajo presentado en III Jornadas de Psicoanálisis y Cine, 26 de Octubre de 2016, C.A.B.A.