El ciudadano ilustre, film de Gastón Duprat y Mariano Cohn, como toda historia que merece ser contada, se
sostiene en una constante tensión. Se establece así una permanente
confrontación imaginaria, patentizando ese fenómeno tan típico de nuestra época
que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han ha denominado “el infierno de lo
igual”.
Daniel Mantovani, el personaje que en el film encarna Oscar
Martínez, es un premio nobel de literatura que regresa a su pueblo de origen, luego de 40
años de ausencia. Inmediatamente comienza a ser interpelado por los vecinos del
pueblo que ejercen una crítica que llega a ser violenta. Se ubica al personaje
en un plano de igualdad respecto de los vecinos del pueblo, por el simple hecho
de haber nacido allí. Esa circunstancia del lugar de nacimiento lo homologa al
resto, lo iguala en el infierno de lo igual. Un infierno que conduce a lo peor.
En el film Mantovani viene a alterar la apacible vida del
pueblo introduciendo la diferencia. Él es esa diferencia que rompe la
aplastante homogeneidad pueblerina. Surge entonces una pregunta: ¿Se puede hacer
diferencia en el infierno de lo igual, sin amenazar su frágil equilibrio?
Lo que Byung-Chul Han denomina el infierno de lo igual es
esa tendencia de nuestras sociedades capitalistas e hiperconectadas a
homologar. La sociedad del consumo
aspira a eliminar la alteridad atópica. Sus sujetos se encuentran sometidos al imperio del mercado y sujetados a
la lógica de lo mensurable. Podríamos hablar de sociedades donde impera la
simetría, donde todo es comparable. No hay alteridad que escape a lo
mensurable.
Dice Han “El Eros se dirige
al otro en sentido enfático, que no puede alcanzarse bajo el régimen del yo. Por
eso en el infierno de lo igual, al que la sociedad se asemeja cada vez más, no
hay ninguna experiencia erótica. Esta presupone la asimetría y exterioridad del
otro. No es casual que Sócrates como amado, se llame atopos”. El otro, que yo deseo y que me fascina, carece de lugar”.
Contrariamente a esta tendencia de nuestra sociedad
hipermoderna, el psicoanálisis no se sostiene en la simetría, sino justamente en
su opuesto. El analista no es otro cualquiera, sometido a las leyes del
mercado. No es alguien redituable, no es alguien conveniente desde lo
económico, ni siquiera es un alguien (el analizante no sabe nada de él la mayor
parte de las veces). El analista no es más que el depositario de una función y
quien encarna el lugar del sujeto supuesto al saber. Y sin embargo sobre ese
que es nadie, por obra de la transferencia, se despliega la fantasmática del
analizante que ubica al analista en diversos lugares a cada momento,
desplegando sobre él la comedia y la tragedia de su historia y de su presente.
Por lo tanto el analista no solo que es nadie, sino que además tampoco tiene un
lugar. Un nadie sin lugar, sin topos Es un inabarcable sin lugar. Un atopos.
Son las condiciones del amor. El otro del amor dice Han es atópico y
asimétrico.
El film al que hacemos referencia, nos muestra justamente
esta dificultad hipermoderna. El protagonista aunque premio nobel, es ubicado
en el infierno de lo igual, en una posición simétrica respecto de los vecinos
del pueblo, en el regreso a ese lugar del que huyó una vez. Estar en el lugar
del que escapó inhabilita su “atopía”. Al regresar al pueblo, deja de estar en
el virtual espacio de las palabras de sus libros y es inmediatamente igualado
al resto. El hecho de ser ciudadano, por más ilustre que sea, ubica al
protagonista en la misma ruta que el resto y
su ilustre brillo lo convierte en blanco perfecto en ese pequeño
universo especular. No se soporta ese brillo porque es lo que no permite
igualarlo al resto. No es más que la gran paradoja brillantemente argumentada
en el discurso al inicio de la película. El autor lúcida y angustiadamente
advierte que entra al infierno de lo igual al recibir el premio nobel, de allí
que sienta que su carrera se acabó. Tanto el arte como el psicoanálisis no
están hechos para tranquilizar las aguas. Miller nos advierte que el
psicoanálisis no es revolucionario (ya que la revolución vuelve las cosas al
punto de partida) sino subversivo, en tanto muestra un reverso, muestra lo
distinto. La obra de arte es también subversiva y Mantovani lo expresa
claramente en el discurso que inaugura el film.
Si algo queda claro es que en el infierno de lo igual no hay
espacio para el verdadero amor. En el film es el odio el que domina el
panorama. El enfrentamiento se muestra primero tímidamente y luego de manera
salvaje.
En esta época de agonía del eros, como la conceptualiza Han,
no es extraño entonces que se anuncie
tantas veces la agonía del psicoanálisis. Muchos van más allá y de la agonía
pasan a anunciar la muerte del psicoanálisis. Pero surgen los siguientes
interrogantes: ¿puede morir el amor, puede morir el arte, puede morir el
psicoanálisis? ¿Acaso no están hechos del mismo material y animados por el mismo
espíritu de incompletud?
Un análisis nos permite alejarnos del infierno de lo igual,
porque en sí mismo, un análisis es un acto de amor. El amor, el arte y el
psicoanálisis están hecho de incompletud, son el reverso del discurso
capitalista que intenta completar,
igualar a todos, ubicando el
mismo goce para todos conduciendo al infierno de lo igual. A un mercado para
todos solo puede oponersele un amor para cada uno, un análisis para cada uno, un caso por caso
que invente un modo único de arreglárselas con el mundo.
Trabajo presentado en III Jornadas de Psicoanálisis y Cine, 26 de Octubre de 2016, C.A.B.A.
Trabajo presentado en III Jornadas de Psicoanálisis y Cine, 26 de Octubre de 2016, C.A.B.A.
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