Torre de Babel. Obra de Marta Minujín |
Entre sujetos de Babel
“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes.” [4]
Partiendo de esta cita de Lacan podríamos pensar en el lugar del analista en nuestra época y tratar de ubicar esquemáticamente (acorde a la amplitud que nos permite el presente trabajo) algunos signos que caracterizan nuestro tiempo.
La metáfora lacaniana se aplica más que nunca a nuestra época en la que los diversos discursos (políticos, sociales, económicos, filosóficos) se entremezclan, conviven, discuten, discrepan, acuerdan.
El lugar del analista en relación a lo social tendremos que buscarlo, entonces en esa “función de intérprete” que nos propone Lacan. El analista será pues aquel que, en su función de intérprete, permanezca atento a los diversos lenguajes que conviven en la cotidiana Babel que habita. Labor por demás complicada pero ante la cual no retrocedemos.
Zygmunt Bauman define a nuestro momento histórico con el significante “líquido”. En efecto parece ser que los discursos sólidos que sostenían la premodernidad terminan disolviéndose en discursos que se van amoldando (como el líquido a su envase) a la velocidad de cambios de nuestra época. Todo se pone en cuestión en todo momento y ya no hay verdades de las que no se pueda dudar, no hay palabras que estructuren un orden de cosas más o menos fijo y seguro. Todo es provisional, cambiante, contingente. Desde las nuevas formas de contratos laborales que rigen a nivel mundial y que ya no se garantizan la presencia de los trabajadores en una empresa, hasta las evoluciones tecnológicas que parecen no tener fin y ofrecen dilemas éticos permanentes ya que la mayoría de las veces ponen en cuestión valores hasta ahora incuestionables (como el valor de la vida humana ante la posibilidad de clonar seres humanos para la sola ablación de órganos), pasando por las realidades financieras mundiales en las que las superestructuras que sostenían el funcionamiento de grandes bancos internacionales, se desploman; uno de los signos de nuestra época parece ser el de la incertidumbre.
En consonancia con esto, encontramos otro signo de la época en lo que el filósofo Giorgio Agamben llama “estados de excepción”. Son situaciones políticas en las cuales se suspenden las garantías institucionales, aunque a fuerza de prolongarse dicho estado, las medidas dejan de ser excepcionales para transformarse en comunes.
Un ejemplo de ello son las medidas tomadas por Estados Unidos luego del 11-S y que suponían una serie de controles estrictos tanto para ciudadanos como para turistas.
Otro ejemplo podemos ubicarlo en el caso de los denominados “salvatajes” de las grandes entidades financieras, operación que diferentes Estados han realizado para que sus respectivas economías no naufragaran. En este caso excepcionalmente el Estado interviene en las leyes de libre mercado, para garantizar que justamente el liberalismo económico siga existiendo, aunque, paradójicamente, con esa misma medida se niega el postulado básico del liberalismo, a saber, que el mercado se regula por sí mismo sin necesidad de otro agente interviniente. El estado interviene “salvando” entidades, aunque con ese mismo movimiento, pone en cuestión el mismo sistema bajo el cual estas entidades funcionan. En este caso lo excepcional se transforma en común porque es nuevamente Estados Unidos quien inicia un plan de salvataje a los bancos que luego es imitado por gobiernos europeos. Un “estado de excepción” en las leyes de la economía mundial.
Quizás el ejemplo más reciente sea la muerte de Osama Bin Laden, el terrorista más buscado. Cuando las tropas americanas lo encuentran, luego de años de búsqueda, lo asesinan, sin oportunidad de defensa judicial. No hay juicio previo, excepcionalmente, se lo mata, sin más. Hecho que, aparte de marcar un estado de excepción, señala un estado de cosas que el Ministro de la Corte Suprema de Justicia Raúl Zaffaroni ha dado en llamar la “planetarización de la ideología de la seguridad nacional”. Esto significa que el Estado puede apelar a cualquier elemento para neutralizar al enemigo, sin ajustarse a ninguna legalidad, salvo a aquella que el Estado mismo crea y por la cual no tiene que rendir cuentas a nadie, ni a sus propios ciudadanos, ni a los demás Estados, ni a organismos internacionales, como puede ser el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Se abre así un peligroso precedente para el intervencionismo imperial en cualquier parte del planeta.
Siguiendo con los significantes que marcan la época, podemos afirmar, tal como lo hace Slavoj Zizek en su texto “Sobre la violencia” que, en nuestra economía de libre mercado lo único que circula libremente son las “mercancías”, en tanto la circulación de “personas” está cada vez más restringida por muros, oficinas de migración y leyes. Esto presentifica el temor al otro, con su consecuencia directa; la segregación y la xenofobia.
Recientemente en nuestro país hemos vivido un hecho que puso de manifiesto este temor. Un grupo de personas ocupó un predio (el Parque Indoamericano) reclamando viviendas e inmediatamente, desde cierto sector político y ciudadano, se atribuyó la responsabilidad del hecho a la falta de leyes que frenen una “inmigración descontrolada”. Los inmigrantes son los culpables. La xenofobia dice “presente” y es nuevamente el otro, el prójimo quien representa un peligro, viniendo a ocupar mi lugar.
En relación a esto podemos decir con Freud que el “amor al prójimo” es uno de los reclamos ideales que la sociedad pretende imponer, en un intento de desmentir que “el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, inflingirle dolores, martirizarlo y asesinarlo.”[5]
Que el ser humano no es un ser manso y amable, sino que guarda en sí una buena cuota de agresividad, es algo que se percibe claramente en nuestra época, manifestándose en forma de segregación y marginación.
A modo de conclusión
En “¿Qué es la Ilustración?” Foucault retoma el texto kantiano del mismo nombre y nos dice que la Ilustración es la “liberación del estado de minoridad”. Por minoridad entiende “un estado determinado de nuestra voluntad que nos hace aceptar la voluntad de algún otro para conducirnos en los dominios en los que conviene hacer uso de razón”[6] .
En este sentido el estado de minoridad bien podría expresarse en la frase “obedezca, no razone”.
Poniendo este significante del lado del analizante, podríamos pensar que el tránsito por un análisis aleja al sujeto de ese estado de minoridad en tanto lo responsabiliza inclusive de aquello que podría argumentar que realiza “inconcientemente”, vale decir, su modalidad de goce. No hay, por lo tanto, minoridad posible en análisis.
Del lado del analista podríamos afirmar que su función, en tanto sujeto contemporáneo, estará en relación a conducir al analizante hacia el encuentro con su propio deseo en un universo habitado por significantes que modelan las subjetividades. Un analista será aquel que haga posible que esa solidez ausente en nuestra modernidad líquida sea encontrada por cada analizante en su propio deseo. Y será también quien encuentre los significantes que marcan la época.
Si los analistas advertimos cuales son estos significantes, si nos percatamos de que nuestra época es “líquida”, de que existen “estados de excepción” a nivel mundial, de que el “temor al otro” se ha generalizado acarreando con él la “segregación”, entre otras cuestiones; estaremos en condiciones de percibir el influjo que esto tiene sobre las subjetividades y estaremos también, por ende, mejor posicionados para dirigir la cura.
Creemos que en eso consiste tanto el hecho de encarnar la “función de intérprete” que destina Lacan a los psicoanalistas, como el de llegar a ser “contemporáneo”, en los términos planteados por Agamben.
Ambas posiciones están íntimamente relacionadas y no pueden pensarse la una sin la otra. Ser psicoanalista exige ser “contemporáneo”, observar los detalles y los pliegues, percibir las luces y las sombras de la época y la cultura. Una exigencia a la cual no se puede renunciar, pues ello implicaría también renunciar, al mismo tiempo, a la función de analista.
[4] Lacan, Jacques. Función y campo de la palabra. Escritos. Pág. 309
[5] Freud, S., “El malestar en la cultura”, Obras completas, Vol. XXI, Amorrortu, Bs. As. 2000, pág. 108
[6] Foucault, M., “¿Qué es la Ilustración?”, Las ediciones de la Piqueta, Madrid, 1996, pág. 87.
[6] Foucault, M., “¿Qué es la Ilustración?”, Las ediciones de la Piqueta, Madrid, 1996, pág. 87.
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