De acuerdo con Eric
Laurent autista es un parletre que
encuentra una modalidad de protegerse: defensa y a la vez, muro de contención
frente a la invasión del Otro. El goce en el autismo está localizado
precisamente en una cápsula que le hace de borde.
Siguiendo con
Laurent si hay Otro, éste funciona como
pura exterioridad de todos los
significantes. En ese sentido el autismo sería una modalidad radical de la forclusión psicótica. Está ausente toda “prótesis imaginaria”, a
diferencia de la psicosis en la que ésta funciona como elemento de
estabilización.
No hay delirio
en el autismo. No existe el mixto de lo
imaginario y lo simbólico, sino el de simbólico y real. Al reducir el estatuto
del Otro, el sujeto autista introduce una protección y una distancia que lo
lleva a ese “extremo repliegue” con el que clásicamente se caracterizó al
autismo. Es el colmo de una estabilización,
en la que el sujeto se transforma en caparazón autista.
La clínica psicoanalítica
de orientación lacaniana, apunta a ampliar ese borde intentando flexibilizar, permeabilizar, dosificar la
angustia que invade a la persona llamada autista, cuando el Otro se vive amenazante e intrusivo
y de manera constante y provoca una apuesta a las maniobras del analista que
puede formular una modalidad de intervención para confrontarse con lo ominoso
en el campo del Otro generalizado. Del UNO a la dimensión del Otro con otros y
apostando al lazo social.
Pablo nace dos días
después de la muerte de un famoso piloto de competición de Fórmula Uno y lleva
por segundo nombre el de ese piloto muerto, en su “homenaje”. Como segundo
apellido lleva el de su madre, patrónimo que indica la profesión de quien ha
muerto.
Pablo, que al
momento de la consulta tiene 8 años, nunca aprendió a hablar ni a controlar
esfínteres. Se halla internado y vive desde hace 2 años, en una institución de
salud mental. El vínculo con su madre se reduce a que ella lo visita cada
quince días y lo que ella le lleva como regalo es una bolsa de facturas, se la
da de manera completa, espera a que se las coma a todas y luego se va. Da la
sensación que el producto que entrega la madre al niño es una manufactura de la
panadería o algo que ella compra a camino de la institución.
En lo cotidiano del
tratamiento administrado cuando Pablo ingresa al consultorio, se dirige al
marco de la ventana y mira a través de la misma durante toda la sesión. Pasa el
tiempo y esos primeros encuentros están signados por las mismas acciones.
Ninguna actividad parece convocarlo y los juguetes no le llaman la atención. En
una ocasión, compro una bolsa de facturas dispuesto a convidarlo con lo que la
madre utiliza como gesto repetido. Cuando ve la bolsa me la pide con señas. Aún
así, la bolsa no se la entrego y sí en cambio, comienzo a ofrecerle las
facturas de a una por vez. Trabajamos así por algunas sesiones hasta que le
presento facturas de juguete que forman parte de una caja de juegos. Las mira y
comienza a manipularlas y empieza a desplazar su interés hacia otros juguetes
de la caja. A partir de aquí comienza a investir libidinalmente otros objetos.
Esta tarea de juego
recién comienza.
Trabajar con niños
llamados autistas nos exige desplegar nuestra acción analítica hacia un sujeto
que brinde su consentimiento y no se
someta sencillamente a la voluntad de dominio del Otro. La construcción de la
subjetividad estará en relación a consentir a un Otro que no resulte
devastador. Para ello el analista deberá ubicar sus esfuerzos en sostener la
relación del niño con el lenguaje, teniendo en cuenta que con sus
manifestaciones clínicas sólo se defiende de un real amenazante que en este
caso lo ubica en una carrera de alta competencia donde no tiene chance alguna
de salir con vida.
Si logra que algo
de ese real devenga finalmente significante, logrará también un atemperamiento
del goce, una existencia soportable que puede ubicarse en alguna carretera
principal posible.
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