Por estos días me llamaron la atención algunas expresiones en contra de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Sin ánimo de generalizar, se puede observar muchas veces, una posición punitivista en ellas.
Efectivamente se culpabiliza a la mujer adjudicándole incluso una condenable falta de previsión. Se niega así la interrupción del embarazo con el argumento de una conducta femenina (sólo femenina) reprochable, lo que equivale a decir que la mujer se dejó llevar por el deseo sexual y allí están las consecuencias: el hijo no deseado que debería tener, aunque no quiera.
Si bien la mayor parte de quienes sostienen estas ideas se consideran cristianos, su actitud está más alineada con el "ojo por ojo" del Antiguo Testamento que con el "si alguien te abofetea ponle la otra mejilla" o "quien esté libre de pecado, tire la primera piedra", del Nuevo Testamento. Un punitivisno que abreva en ese Dios cruel que puso a prueba a Abraham pidiéndole que sacrifique a Isaac y no en el Jesús que salva a la pecadora María Magdalena de la lapidación. Lejos de la compresión del drama del embarazo no deseado, cerca de la condena rápida del acto de abortar.
Entre los argumentos para culpabilizar y castigar a la mujer se encuentra también el de calcular el costo que tendría el aborto para el Estado en caso de convertirse en ley. Algo llamativo porque no existe ese mismo cálculo en relación a otros tratamientos por enfermedades derivados de, por ejemplo, el tabaquismo o el alcoholismo.
Pero en verdad no es raro que ocurra todo esto porque lo que crispa los nervios de quienes así se expresan -y que incluso tienen pensadores criollos como por ejemplo el escritor y politólogo Agustín Laje- es que no se trata tanto del aborto en sí, sino de la regulación de sexualidad y de los cuerpos.
El punitivisno recae sobre el placer de la mujer. Es como si dijeran "si disfrutaste, pagá las consecuencias". Lo que se castiga es el deseo y lo que no se perdona es el ejercicio del derecho a elegir ser o no ser madre. Desde esta perspectiva no se toma la cuestión como lo que es, un problema de salud -ya que los abortos existieron y existirán siempre independientemente de su legalización, pero serán seguros si se los legaliza- sino que se lo toma desde un aspecto axiológico, valorativo, pero bajo una moral punitivista. Los portadores de esa moral sólo pueden juzgar desde una posición superyoica.
El psicoanálisis nos enseña que el superyo es esa instancia psíquica que culpabiliza, que mortifica sin límites, que puede ser muy cruel, muy feroz y que obliga siempre a más y más renuncia para satisfacerse.
Juzgar desde esta posición lleva a hacer de la mujer que aborta, no alguien inmerso en circunstancias dramáticas, sino que hace de ella un mártir que debe resignarse a sufrir porque de esa manera lavaría ese pecado cometido. Y justamente contra esto va la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Ella viene a sacar a las mujeres de ese lugar de mártires que entregan su vida por el pecado cometido (ya sea en una clínica de aborto clandestina o convirtiéndose en madres sin desearlo), las sustrae de ese lugar de culpables para convertirlas en sujetos de derecho y de responsabilidad. No es lo mismo cometer un error que un pecado, el primero se enmienda y se asume, el segundo se expía con una penitencia que alguna autoridad impone a manera de absolución. El primero genera responsabilidad, el segundo engendra culpa ("pésame, Dios mío" dice el "Pésame"). Quienes controlan desde siempre a la Humanidad con este último elemento, no perdonan que el aborto "sea Ley", porque tendrá, amén del efecto de salud en los psiquismos y los cuerpos, un efecto liberador en las almas.
Silvio Rivero
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