Según una nota firmada por Pilar Ferreyra del Diario Clarín del 23 de febrero de este año, menos del 40% de los hogares de nuestro país responde al modelo de “familia tipo”, vale decir: madre, padre e hijos. Esto es lo que detalla el Informe de Situación de la Población Argentina 2008 del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
Según este estudio el 15.3% de los hogares está constituido por una sola persona: un soltero o soltera, un viudo o viuda o alguien separado sin hijos. En el 14.1% de los hogares actuales viven parejas sin hijos y en el 11.4%, producto del boom de las separaciones y divorcios de las últimas décadas, vive uno de los cónyuges con los hijos.
El estudio habla también de familias “extendidas” como otra categoría que tampoco responde al modelo tradicional, aunque no dice qué porcentaje del total representan. Las familias “extendidas” son aquellas constituidas por una pareja o una persona sin pareja conviviente con o sin hijos además de la abuela, una tía u otro pariente.
Según este estudio publicado por Clarín, si bien el modelo de familia predominante en Argentina es la de pareja con hijos o con hijos de parejas previas, este pasó de representar el 43% de los hogares en 1996 a representar el 39% en 2006. Según los especialistas, esta caída de 4 puntos en una década marca una diferencia importante y constituye una tendencia creciente.
Por lo que se desprende de este informe, el estudio de UNFPA parece incluir en este 39% de hogares de “familia tipo” a lo que nosotros en psicología llamamos “familias ensambladas” o “familias reconstituidas”, ya que el informe dice que estos hogares estarían constituidos por "parejas con hijos o con hijos de parejas previas".
Según la socióloga Rosa Geldstein, encargada de elaborar estos datos, entre los factores que determinan estos cambios se encuentran tanto los culturales como los económicos. Entre los culturales se encuentra el hecho de que la gente, y especialmente los jóvenes y las mujeres son ahora menos dependientes de los mandatos culturales y familiares, permitiéndose más la búsqueda de realización personal. Al mismo tiempo existe menos tolerancia en la convivencia, lo cual lleva a mayores rupturas de pareja. Pero junto a este factor cultural de impulso a la realización personal entra en juego el económico ya que irse a vivir solo no es una opción al alcance de todos los bolsillos, siendo posible en los sectores más acomodados. En cambio las familias extendidas pertenecen en su mayoría a estratos de menores ingresos, siendo una buena opción ya que permite sumar los ingresos de los miembros y prorratear gastos.
Las múltiples variables que determinan este nuevo orden social con sus diversas manifestaciones a nivel de lo familiar, nos hace pensar en la mayor complejidad de nuestra praxis a la hora de abordar problemáticas familiares. En efecto, en la clínica nuestra de cada día nos encontramos con familias constituidas por uno de los progenitores con sus hijos, con familias extendidas y con familias ensambladas, en donde los factores económicos y culturales determinan las relaciones. Ya no se trata sólo de considerar las relaciones intersubjetivas y la subjetividad singular de cada miembro, sino de tener en cuenta también los factores económicos y culturales que entran en juego y saber hacer con ellos, de manera tal de ubicarlos como elementos que favorezcan los vínculos y permitan la buena convivencia.
La clínica va adquiriendo complejidades y va modificándose conforme van modificándose los modelos familiares y nada indica que no va a haber más cambios, sino todo lo contrario. Pensemos en las nuevas familias que están surgiendo en la que ambos padres son del mismo sexo, con hijos adoptados o no. El caso de Thomas Beatie que se conoce como el caso del “hombre embarazado”, resulta paradigmático.
En un artículo titulado “La Familia” publicado en el volumen VII de “Encyclopédie Francaise” en 1938, Lacan hablando del sujeto como centro de la experiencia analítica, se pregunta si el analista, “¿puede pretender la curación de sus flaquezas psíquicas sin comprenderlo en la cultura que le impone las más altas exigencias, sin comprender, del mismo modo, su propia posición frente a este hombre en el punto extremo de la actitud científica?” (1). Si nuestra respuesta a esta pregunta es “no”, los analistas estamos entonces destinados a acompañar los cambios que también se van produciendo en los modelos familiares, marcando así al mismo tiempo la ética de nuestra posición.
Según este estudio el 15.3% de los hogares está constituido por una sola persona: un soltero o soltera, un viudo o viuda o alguien separado sin hijos. En el 14.1% de los hogares actuales viven parejas sin hijos y en el 11.4%, producto del boom de las separaciones y divorcios de las últimas décadas, vive uno de los cónyuges con los hijos.
El estudio habla también de familias “extendidas” como otra categoría que tampoco responde al modelo tradicional, aunque no dice qué porcentaje del total representan. Las familias “extendidas” son aquellas constituidas por una pareja o una persona sin pareja conviviente con o sin hijos además de la abuela, una tía u otro pariente.
Según este estudio publicado por Clarín, si bien el modelo de familia predominante en Argentina es la de pareja con hijos o con hijos de parejas previas, este pasó de representar el 43% de los hogares en 1996 a representar el 39% en 2006. Según los especialistas, esta caída de 4 puntos en una década marca una diferencia importante y constituye una tendencia creciente.
Por lo que se desprende de este informe, el estudio de UNFPA parece incluir en este 39% de hogares de “familia tipo” a lo que nosotros en psicología llamamos “familias ensambladas” o “familias reconstituidas”, ya que el informe dice que estos hogares estarían constituidos por "parejas con hijos o con hijos de parejas previas".
Según la socióloga Rosa Geldstein, encargada de elaborar estos datos, entre los factores que determinan estos cambios se encuentran tanto los culturales como los económicos. Entre los culturales se encuentra el hecho de que la gente, y especialmente los jóvenes y las mujeres son ahora menos dependientes de los mandatos culturales y familiares, permitiéndose más la búsqueda de realización personal. Al mismo tiempo existe menos tolerancia en la convivencia, lo cual lleva a mayores rupturas de pareja. Pero junto a este factor cultural de impulso a la realización personal entra en juego el económico ya que irse a vivir solo no es una opción al alcance de todos los bolsillos, siendo posible en los sectores más acomodados. En cambio las familias extendidas pertenecen en su mayoría a estratos de menores ingresos, siendo una buena opción ya que permite sumar los ingresos de los miembros y prorratear gastos.
Las múltiples variables que determinan este nuevo orden social con sus diversas manifestaciones a nivel de lo familiar, nos hace pensar en la mayor complejidad de nuestra praxis a la hora de abordar problemáticas familiares. En efecto, en la clínica nuestra de cada día nos encontramos con familias constituidas por uno de los progenitores con sus hijos, con familias extendidas y con familias ensambladas, en donde los factores económicos y culturales determinan las relaciones. Ya no se trata sólo de considerar las relaciones intersubjetivas y la subjetividad singular de cada miembro, sino de tener en cuenta también los factores económicos y culturales que entran en juego y saber hacer con ellos, de manera tal de ubicarlos como elementos que favorezcan los vínculos y permitan la buena convivencia.
La clínica va adquiriendo complejidades y va modificándose conforme van modificándose los modelos familiares y nada indica que no va a haber más cambios, sino todo lo contrario. Pensemos en las nuevas familias que están surgiendo en la que ambos padres son del mismo sexo, con hijos adoptados o no. El caso de Thomas Beatie que se conoce como el caso del “hombre embarazado”, resulta paradigmático.
En un artículo titulado “La Familia” publicado en el volumen VII de “Encyclopédie Francaise” en 1938, Lacan hablando del sujeto como centro de la experiencia analítica, se pregunta si el analista, “¿puede pretender la curación de sus flaquezas psíquicas sin comprenderlo en la cultura que le impone las más altas exigencias, sin comprender, del mismo modo, su propia posición frente a este hombre en el punto extremo de la actitud científica?” (1). Si nuestra respuesta a esta pregunta es “no”, los analistas estamos entonces destinados a acompañar los cambios que también se van produciendo en los modelos familiares, marcando así al mismo tiempo la ética de nuestra posición.
(1) Lacan, Jacques: La Familia. Editorial Argonauta. Biblioteca del Psicoanális. Página 89.
Silvio Rivero es Coordinador del Área de Salud Mental de la AAPF (Asociación Argentina de Protección Familiar)
Soy Daniela de nuevo, te comento yo vivo en Culiacan, Sinaloa, México, tengo varios años formandome en la clinica psicoanalitica, asistiendo a eventos desde que era estudiante universitaria de la Lic. en Psicología, donde más que algo productivo se veia como una amenaza para los mismos docentes de la Facultad, lecturas, seminarios, simposiums, analisis propio con uno de 2 psicoanalistas que laboraban en la universidad, por qué te comento esto porque actualmente ya hemos abierto un poco la brecha por los caminos de Freud y Lacan, por ejemplo actualmente colabore en un diplomado de psicoanalisis y criminologia y el mes proximo inicia la 2da edicion de un diplomado que iniciamos nosotos psicoanalisis clinica y cultura una lectura del malestar contemporaneo, la practica clinica cada vez es más fructifera y tenemos muchos eventos en puerta para seguir tabajando en dar a conocer al psicoanalisis aqui en mi ciudad, y algunos de tus textos y actividades tienen semejanzas con los temas que trabajo por lo cual me hace más interesante el hecho de poder compartir opiniones desde la experiencia que tenemos cada uno en nuestro ambito local.
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