miércoles, 10 de junio de 2020

ENTRE LO IMPOSIBLE Y LO PELIGROSO

Una vez más queda claro el por qué de ese imposible freudiano: el gobernar. Sobre todo en contextos de pandemia

Los hechos sucedidos el pasado lunes consistentes en aglomeraciones de personas, fruto de la autorización a hacer actividad física en espacios públicos de la Ciudad de Buenos Aires entre las 20 y las 8 hs, en un contexto de crecimiento acelerado de casos de coronavirus en la ciudad;  puso de manifiesto, dos cosas, según veo. Por un lado la confirmación de que efectivamente gobernar resulta un imposible y por otro lado la posición que los gobernantes pueden tener sobre eso. 

Respecto de lo primero, gobernar resulta imposible en tanto y en cuanto se trata de operar ni más ni menos que sobre lo pulsional, sobre lo vital o mortífero de los sujetos, limitándolo o promoviéndolo, con las consecuencias que eso tiene, sobre todo para el gobernante que aplica la medida. Así, por ejemplo, al día siguiente al de implementarse la medida, se escuchó a una vecina de la ciudad entrevistada por televisión mientras caminaba por los Bosques de Palermo en un horario no habilitado para ello -o sea en estado de infracción- decir que estaba a favor de la medida de habilitar las salidas a hacer actividad física y que eso generaba simpatía de la población hacia el gobierno. Punto  a favor del gobierno, podríamos decir, al menos de parte de esta ciudadana que seguro representa a muchos otros.

Respecto del segundo punto y en relación a este imposible de gobernar, la postura del gobierno fue la de "confiar" en que la gente se va a autorregular, según lo expresado ayer por Fernán Quirós el Ministro de Salud de la ciudad. Confiar en que esto pueda ocurrir es desconocer que el ser humano no renuncia a su satisfacción (correr, salir, reunirse con otros, en este caso) sin oponerse. Aunque cabe aclarar que Quirós es médico especialista en medicina interna, no es psicoanalista por lo que no tiene por qué conocer esto que digo.
En este contexto la posición del gobierno porteño de "confiar en la madurez de la población" es un exceso de optimismo y un intento de no asumir el costo que tiene justamente embarcarse en el imposible de gobernar. No confiar en la capacidad de autorregulación de las personas llevaría a un gobierno a establecer protocolos y mecanismos de control, en este caso sobre los runners, a fines de cuidar la salud. Pero el control nunca será bien recibido por la población, que vive este tipo de medidas restrictivas con carácter opresivo (efectivamente lo son) y quizás entonces el gobierno tenga un costo político que se puede traducir en merma de votos en las urnas en futuras elecciones. Punto en contra para el gobierno.

Efectivamente gobernar es un imposible. Siempre se afectarán intereses (y hasta quizás los del mismo partido gobernante). En este caso se oponen dos intereses: los de quienes quieren salir a correr sin distancia social ni precauciones contra los que básicamente quieren seguir viviendo. En este caso gobernar consistirá seguramente en limitar lo peligroso.
Pero no se puede restringir a la población sin generar malestar y hasta cierto enojo, aunque tampoco, en vías de ahorrarse ese enojo y el consiguiente costo político, se puede dejar a la población  librada a "su propia responsabilidad" si de eso depende la vida de todos, incluyendo la de quienes eligieron no salir a la carrera a buscar su satisfacción personal a riesgo de encontrar el virus y transmitirlo a otros.

Gobernar es cuidar al otro y a veces hasta cuidarlo de sí mismo, porque quienes nos ocupamos de las cuestiones de la subjetividad sabemos que mucha gente es "peligrosa para sí y para terceros". 

Silvio Rivero


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