sábado, 25 de enero de 2020

La locura de matar al diferente





En el cuento "El niño proletario" (1973) Osvaldo Lamborghini relata magistralmente la muerte cruel, sádica y sin sentido de un niño pobre a manos de niños de clase social superior. La obra se constituye así en una crítica feroz a la burguesía que puede llevar al lector a un terreno insoportable por lo descarnado y revulsivo del texto.
Los hechos espantosos de Villa Gesell que terminaron en la muerte de un joven a manos de una manada asesina, me trajeron ese cuento a la memoria. Pero no por equiparar exactamente ambos sucesos, sino porque en ambos subyace una posición que Sigmund Freud nos supo advertir en "El malestar en la cultura" (1930). Allí Freud nos habla de lo difícil que resulta esa empresa llamada "amor al prójimo" ya que a ella se le contrapone otra fuerza poderosa. Dice Freud: "el prójimo es una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo".
En Gesell diez pibes de clase acomodada matan a uno de clase trabajadora.
Más allá de las características que estimule el deporte que los asesinos practican, características que hoy puso de manifiesto de manera autocrítica y valiente Tomas Hodger, un rugbier rosarino que dijo "nos creemos el ejemplo y nos creemos moral y físicamente superiores al resto"; más allá de eso, creo que hay una responsabilidad más colectiva que excede a la cofradía del rugby.
Cómo es que se genera tanta crueldad, tanta saña, tanto odio que termina en el espanto de Gesell tan similar al cuento de Lamborghini, por lo impiadoso?
Cuánta responsabilidad tenemos todos como sociedad en esto?
Cuántas veces esos chicos, hoy convertidos en homicidas, habrán escuchado en los medios de comunicación definir despectivamente al humilde como "negro", "vago", "choriplanero"?
Cuántas veces habrán visto la violación a la ley encarnada en empleadas domésticas trabajando "en negro" en sus casas?
Cuántas veces habrán escuchado la estigmatización cuando alguien decía: " se embarazan para cobrar la asignación por hijo", "no trabajan porque no quieren" o "el dinero de las asignaciones se va por la canaleta de la droga y el alcohol"?
Cuánto hace que esos chicos vienen aprendiendo el desprecio al diferente, al humilde y al vulnerable?
Y cuanto hace también que vienen forjando músculos de machitos y la firme convicción de que "son un ejemplo, moral y físicamente superiores al resto" tal como lo expresa Hodger?
Entonces, podemos asombrarnos tanto de ver los monstruos que creamos?
Vivimos en el discurso del odio (en esa maldita grieta inventada para beneficio de algunos) que como maleza invade todo, hasta a nuestros propios hijos y cuando su fruto amargo madura en locura sádica de manada, nos asombramos.
Es hora de intentar que ese discurso de confrontación y dominio, tan patriarcal por otra parte, vaya siendo reemplazado por un lazo social un poco más amoroso que exige ese respeto a la diferencia que las feministas conocen bien. Así al menos la muerte tan absurda de Fernando nos obligará a ser mejores.
Silvio Rivero

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